viernes, 20 de diciembre de 2013

Nelly Omar, la descamisada

Soy la mujer argentina,
la que nunca se doblega,
y la que siempre se juega
por Evita y por Perón.


Yo soy la descamisada,
a la que al fin se le escucha,
la que trabaja y que lucha
para el bien de la Nación.


La que mañana en las urnas
hará valer sus ideales,
para que sigan triunfales
las obras del General.


Yo soy la descamisada
surgida del peronismo,
que ostenta el Justicialismo
como emblema nacional.


Soy la mujer argentina,
que el 17 de octubre,
la que de orgullo se cubre
porque es grande mi Nación.


Yo soy la descamisada,
que si es necesario un día,
hasta la vida daría
por Evita y por Perón.





Nelly Omar (Guaminí, 10 de septiembre de 1911 - Buenos Aires, 20 de diciembre de 2013). 
Letra: H. Helu. Música: E. P. Maroni. Compuesta a principios de 1945 para apoyar la candidatura de Juan Domingo Perón a la presidencia.

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Julián Axat, juicio a La Cacha

La madrugada del 12 de abril de 1977 mis padres Rodolfo Jorge Axat y Ana Inés della Croce fueron detenidos en La Plata y trasladados al centro clandestino conocido como La Cacha. Hay testigos que sobrevivieron y los vieron en ese lugar. Para agosto de 1977, ya no se sabe más sobre el destino de mis padres. Cuando esto sucedió, yo tenía sólo siete meses; tuve la suerte de que en el momento estaban mi abuela y mi tía, con quienes me crié. Hoy tengo 37 años y voy a comenzar a presenciar el juicio que marca mi historia.

Recuerdo que cada vez que mi familia pronunciaba la palabra Cacha se producía un fuerte silencio. El nombre refiere a la bruja desaparecedora de la tira Hijitus, Cachavacha, con el que los propios represores bautizaron cínicamente el lugar. Con el tiempo fui investigando más sobre el tema. La primera reconstrucción sobre el CCD es gracias a los sobrevivientes Néstor Torrillas, Nelva Falcone, Alberto Diessler, Roberto Amerise, Ana María Caracoche, José Luis Cavalieri, Alcira Ríos y Luis Pablo, cuyas declaraciones brindadas en 1983 ante la Comisión Arquidiocesana de San Pablo (conocida como Clamor) fueron indispensables para identificar lugares, apodos de represores, personas vistas y funcionamiento interno.

Según el informe posterior elaborado por la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos, por La Cacha pasaron al menos 239 personas, 98 de las cuales fueron desaparecidas, 64 liberadas, de 15 se desconoce el destino, y hubo al menos nueve niños nacidos en cautiverio, muchos de ellos apropiados desde el hospital de la Unidad Penitenciaria Nº8.

El CCD fue creado en el marco de una etapa definida del plan sistemático de represión ilegal diseñado por la junta militar y respondió a la necesidad de obtener información precisa para desmantelar los últimos vestigios de resistencia organizada a la dictadura. Funcionó entre mediados del ’76 y fines del ’78 en la antigua planta transmisora de Radio Provincia, en Olmos, emplazado a 50 metros de lo que hoy es la entrada principal de la ex Unidad Penitenciaria Nº8 y a unos cien metros del muro de la Unidad Nº1 Olmos. Por sus características, fue uno de los centros clandestinos de detención más sofisticados, por la coordinación represiva entre policía, penitenciarios, Fuerzas Armadas, Marina y varios órganos de inteligencia que actuaron en el lugar.

En una inspección judicial ordenada en 2011, tuve la oportunidad de visitar el predio que aún pertenece a la órbita del Servicio Penitenciario Provincial. Si no fuera por una medida de no innovar, los resabios del perpetrador seguirían destruyendo prueba esencial, así como ocurrió con el galpón de varios niveles que albergaba a los detenidos, que para 1978 ya había sido desmantelado. Recientes excavaciones muestran el perímetro de cemento escondido debajo del descampado, lugar donde fueron hallados los restos de una picana. Es el “aquí no ha pasado nada”, el mismo silencio que permite al Servicio Penitenciario que, todavía a cien metros, se siga torturando en la Cárcel de Olmos.

Anuladas las leyes de impunidad en 2003, reabierta como causa Nº 16.419 “Dr. Félix Pablo Crous s/ denuncia (La Cacha L. Olmos)”, ésta quedó radicada en el Juzgado federal (electoral) de Manuel Blanco, quien recién en diciembre de 2009 ordenó detenciones, que se efectivizaron en marzo de 2010. Aunque como suele ser costumbre, las detenciones alguien las sopla de antemano, lo que dio plazo de gracia a tres imputados fundamentales a fugarse: Ricardo Luis Von Kyaw (hay denuncias de que lo vieron en Paraguay y que maneja importantes empresas de seguridad privada en Argentina), Teodoro Aníbal Gauto (aún hoy en Israel) y Miguel Angel Amigo (integrante del Destacamento 101 finalmente detenido en junio de 2012 y sumado a la causa en agosto de 2013).

Las imputaciones mediatas recayeron sobre Ibérico Saint Jean (muerto en 2012) y su ministro de Gobierno Jaime Smart; 13 integrantes del Destacamento 101 (incluido su jefe Arias Duval, quien falleció en 2012). Dos penitenciarios (el Oso Acuña y su jefe Isaac Miranda) y un marino (Juan Carlos Herzberg). Sobre un total de 137 casos de secuestros y torturas, 10 homicidios y tres apropiaciones de niños, restando los ocho genocidas que murieron en el transcurso de la causa y quedaron impunes, y sin contar a dos de los prófugos mencionados, llegan entonces al juicio sentados en el banquillo Carlos Hidalgo Garzón, Jorge Di Pasquale, Gustavo Cacivio, Ricardo Fernández, Luis Perea, Roberto Balmaceda, Emilio Herrero Anzorena, Carlos Romero Pavón, Anselmo Palavezzati, Jaime Smart, Juan Carlos Herzberg, Raúl Espinoza, Claudio Grande, Héctor Acuña, Rufino Batalla, Isaac Miranda, Miguel Angel Amigo, Miguel Osvaldo Etchecolatz, Julio César Garachico, Eduardo Gargano, Horacio Elizardo Luján.
 
Más allá de las dudosas fragmentaciones procesales avaladas por el juez instructor electoral, con prófugos, dilaciones y muerte mediante de genocidas; aun así, el camino de la lucha dada todos estos años por parte de organismos, familiares, sobrevivientes ha sido el que nos llena de orgullo y esperanza, porque –en este derrotero– se lograron saltar etapas, y hoy sentimos que en los tiempos que corren aún es posible creer en memoria, verdad y justicia. El día del juicio a La Cacha llegó, y eso es lo importante. Cuando el debate quede abierto, para nosotros, la historia ya comenzará a ser otra.



Julián Axat, poeta y Defensor juvenil. Víctima querellante.

sábado, 14 de diciembre de 2013

Alejandro C. Tarruella, canción de amor del coronel Manuel Dorrego















CANCIÓN DE AMOR DEL CORONEL MANUEL DORREGO

Por mi muerte he perdonado,
las heridas
dejan la tierra en sangre.
En esta vida,
del pesar yo he aprendido
que el dolor teje su sudario
sobre la seca arcilla
del barro.

Mi compadre te llevará mi chaqueta
que tejiste con tus manos,
ellas viven entre hilados
y entristecen si me recuerdas,
yo sé que habrá un regreso
y un hombre volverá
sobre mis pasos
a devolver aquella flor de olvido.

Perdono porque el amor perdura
quiero saber en qué suerte
las dejo
pues del presente vivimos,
mi muerte sin ley será un presente ido
que regresa
con las miradas y en la lluvia.

Deja que disparen, Ángela
mi amor no se cura con la muerte
mira el cielo, mi amor,
faltan solo once días para navidad
y ese hombre se oculta para verme morir.

No hay muerte sin regreso
no hay vida sin silencio
y cuando calle
será tu boca que me llame, amor,
sobre el polvo de un beso.


Nota: “Se cumple un año más del fusilamiento y magnicidio del Coronel Manuel Dorrego. Hace unos años escribí este poema que imagina al Coronel escribiendo a su mujer, Ángela Baudrix”.  A. Tarruella


Imagen: Rodolfo Campodónico, “El fusilamiento de Dorrego”.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Julián Axat, ¿cómo hacer para que los rostros vuelvan a aparecer?









¿CÓMO HACER PARA QUE LOS ROSTROS VUELVAN A APARECER?

 a Enrique Schmukler


sacar a los pueblos de los álbumes policiales

y que vuelvan a ser millones de álbumes familiares

quien fabrica su propia imagen

desborda legajos



A propósito de la nota que escribí hoy en Página/12, jueves, 12 de diciembre de 2013:
LOS FISCALES Y LOS ÁLBUMES DE MALVIVIENTES



Hace pocos días tuve oportunidad de acceder a la denuncia realizada por el diputado nacional Leonardo Grosso contra un fiscal de la capital, presuntamente involucrado en prácticas discriminatorias en las investigaciones penales que lleva en el Barrio Mitre, en especial por la cuestionada utilización de álbumes de fotos (mal) llamados “libros de malvivientes” contra personas seleccionadas por el mero hecho de ser pobres y vivir en una zona vulnerable.

Más precisamente, dice el diputado Grosso: “En su fiscalía tiene un álbum de fotos de la gente del barrio (muchas de ésas desactualizadas), que cada vez que le llega un hecho para investigar exhibe a los denunciantes para que identifiquen a un autor del hecho del que fueron víctimas y, si no lo identifican, él o cualquiera de sus empleados, que tienen la misma forma de trabajar, inducen a la persona a que marque a alguno. Con esa indicación, que en general es manipulada por el fiscal José María Campagnoli, y sin realizar ninguna investigación ni la mínima constatación de los hechos o de la responsabilidad de la persona, vienen y allanan las casas”.

El uso de fotografías nos remite a los orígenes de la policía, siendo casi tan antiguo como la cámara oscura. Podríamos decir que el lombrosianismo autóctono tiene su genealogía desde la galería de delincuentes (léase, de inmigrantes) de la capital elaborado por Fray Mocho a fines del siglo XIX, pasando por las fichas de las personas (militantes sociales) consideradas como “subversivas” por parte de las Fuerzas Armadas durante la dictadura, muchas de las cuales hoy están desaparecidas (el Decreto Nº 1019 dictado por Onganía en 1967 ordenó la creación de los álbumes). Y en la actualidad, por las fuerzas de seguridad que obtienen todo tipo de imágenes (de manera ilegal) de personas pertenecientes a los sectores vulnerables que viven en determinada zona y sólo por esa razón pasan a ser portadoras de sospecha; es decir, sus rostros conforman un libro de fotos de posibles peligrosos que se correspondería con poblaciones marginales (no es necesario que sean reincidentes, en los allanamientos, detenciones por averiguación de identidad, la policía obtiene fotos).

Los álbumes de fotos de presuntos peligrosos, además de violar derechos constitucionales e introducir un criterio de selectividad discriminatorio, resultan una herramienta de baja calidad probatoria, pues el margen de error que generan es muy amplio y más que un modo orientativo se convierte en un sesgo o placebo para las víctimas. Lo que quiero decir es que hay fiscales que compran este tipo de recetas policiales, dejando la puerta abierta para el “armado de las causas” a personas inocentes, sólo porque figuran en estos álbumes de fotos.

Claro que para algunos, en la guerra contra el delito todo vale, y los álbumes de fotos con personas pobres dan imagen de “efectividad” a las autoridades y a la población; permitiendo a la policía seguir reproduciendo consumo de estereotipo e introducir en los expedientes recorridos que siempre llevan a los mismos lugares, donde opera el derecho penal subterráneo cargado de los peores prejuicios sociales (nunca un ladrón de guante blanco, nunca un blanco, nunca un rubio).

Esta cuestión no es reciente y como defensor público me ha tocado denunciar este tipo de prácticas en muchísimas oportunidades (incluyendo a fiscales); especialmente sobre personas menores de edad, logrando que en la provincia de Buenos Aires queden taxativamente prohibidas desde 2011. También he asistido a situaciones en las que se involucra a personas inocentes al serles exhibidas fotos a las víctimas que más tarde en el juicio (luego de una larga prisión para el señalado en la foto) la propia víctima entra en duda y se llega a la absolución. El caso más impactante que me tocó asistir fue el de Gabriel Roser, un pibe que vivía en los márgenes de La Plata y que estuvo un año preso como consecuencia del señalamiento en una foto, hasta que con ayuda del Colectivo de Investigación y Acción Jurídica (CIAJ) se demostró en el juicio que era inocente y que la foto fue la única culpable.

El margen de error al exhibir fotos de poblaciones reducidas y por criterio clasista es muy amplio, la práctica tiene capacidad de sesgo y se presta al armado de causas a inocentes, por lo que también sirve como forma de chantaje policial (“si no robás para mí vas a estar en el álbum”). Por eso las técnicas de identikit hablado, o el dibujo de rostro (técnica de Bertillón) son las más confiables cuando existen “autores ignorados” de un delito. Echar mano a álbumes de fotos extraídas en forma espuria a los pobres es una mala práctica que habla de una fuerza policial desprofesionalizada y de fiscales prestos a avalar el clasismo y la demagogia.

Como dijo alguna vez Michel Foucault, “el saber es poder” y, aunque pasado de moda, Lombroso sigue teniendo arraigo en muchos imaginarios de saber-poder discriminatorios. En la era tecnológica y de Facebook, en la que los rostros quedan encriptados como si nada, la Justicia no debería permitir el “todo vale”, ni frente a las víctimas ni frente a los victimarios. Fiscales que avalan este tipo de prácticas contra los sectores populares no sólo especulan y delegan, sino que siguen aferrados a lo peor del pasado. Mejor que se vayan.



Julián Axat es Defensor juvenil de La Plata. Poeta.

martes, 10 de diciembre de 2013

Julián Axat, acuartelamiento de poetas


ACUARTELAMIENTO DE POETAS


Apropoeta, Sipropoesi, Mopoet,
Sidepoet, Sipoesi, Fascinvers, Apropoeiesis,
Upoetis, Apohette, Sepohaiku, Apoetis,
Aproneruda, SipoSafo, Apropoejuy,
Acuppunpoet, Asusversos, Aposoneto, Sipoeta,
Sopotchubut, Agropoeticos, Apopoverso, Fassinpoet...



(Nota: el planteo de sindicalización de poetas lo tiene la Corte Suprema

y está pendiente de sentencia desde hace setenta años)






CONSIGNA:
"Para un Poeta acuartelado no hay nada mejor que otro Poeta acuartelado".

lunes, 25 de noviembre de 2013

Alberto Szpunberg, por la asamblea permanente de poetas

 “Los pies se saben el camino de memoria, pero el corazón tiembla.” Un verso de Alberto Szpunberg –todos sus poemas, toda su poesía, por fin reunida en Como sólo la muerte es pasajera (Entropía)– es como una piedrita arrojada contra el agua: da en el centro mismo de ondas infinitas. El cielo brillante de su mirada amorosa revolotea por las medialunas y los chipás, la pava y el mate, indispensables para iniciar la conversación y repasar la vida que se derrama y desborda las páginas de los libros que escribió –el primero, Poemas de la mano mayor, cuando tenía 22 años– y que está escribiendo, con esa inaudita humildad a flor de piel, como si supiera que cada principio es un volver a luchar con esa multitud de voces amotinadas en el gesto siempre abierto del poema. “Como quien nace, la última trinchera es uno mismo”, dice en el prólogo de esta obra mayor y fundamental para el ojo, el oído y el corazón de tantos lectores, que incluye quince títulos, cinco hasta ahora inéditos. “No sé bien cómo empecé a escribir poesía, pero hasta me acuerdo del primer poema: ‘Es una chica muy buena/ la conocí en su casa/ y al otro día la vi/ tendiendo ropa en la terraza’. Y, por supuesto, el título era “Poesía”, cuenta el poeta a Página/12.

“En mi casa siempre hubo libros de Pushkin. Y mi vieja escuchaba a Héctor Gagliardi. El barrio era una fuente de poesía. Cabello de Angel era un personaje lleno de poesía. Iba con una cantidad de monturas y arneses sobre el hombro hacia el corralón. Todos los chicos afirmábamos que él hablaba con los caballos. ¿Cómo no va a salir poesía de eso? O El Gorila, que era un boxeador retirado y que tenía toda la pinta de un boxeador. Del Gorila se decía que se había retirado del boxeo porque había matado a un contrincante en la que fue su última pelea.

¿Cómo no sale poesía de eso? Yo vivía en Rojas y Galicia, en La Paternal. No había un obstáculo entre el interior de mi casa y la calle, salvo tonterías como que no me dejaran salir a jugar porque antes tenía que hacer los deberes. Yo recuerdo mi infancia como algo luminoso, con una luz muy especial, de esas luces que te acarician. Y pienso que de ahí salió la poesía.” Entre mate que va y mate que viene, el milagro de la poesía sucede en el inventario de recuerdos que se enlazan. El poeta evoca la escuela Andrés Ferreyra y especialmente a un maestro que tuvo en quinto grado: el señor Lovechio. “Tenía un aire romántico, iba con un moñito negro, no llevaba corbata. El me alentaba mucho y resaltaba que lo mío era escribir y discutir. Pero teníamos un punto de fricción que era que él, según los resultados de los dictados y la cantidad de faltas de ortografía, reorganizaba la clase: trasladaba al fondo a los que tenían errores de ortografía y ponía adelante a los que tenían muy pocos o no tenían. Yo no estaba de acuerdo con eso.”

–Pero seguro que el pequeño Alberto estaba siempre adelante, ¿no?
–No. Me acuerdo como ahora que una vez me esmeré para no cometer faltas de ortografía y Lovechio iba corrigiendo y corrigiendo y me dije: “Ahora me sienta adelante”. Y de repente dice: “Cayó el pino de San Lorenzo”. Me había olvidado el acento. Al fondo, risas. Mi vieja, por ejemplo, como el tema de la ortografía en el colegio se trasladaba a la familia, refiriéndose a mí, decía: “El no tiene faltas de ortografía, pero le gusta escribir con faltas de ortografía” (risas).

–Lo que pueden las madres, lo justifican todo.
–Es cierto, pero para mí había en eso algo que tenía sentido. Yo me peleaba con Lovechio, pero me alentó mucho a escribir. Cuando yo volvía del baño, Lovechio me veía entrar y decía: “¡Cómo tarda nuestro Platón!” (risas). Ahí se mezcla una cosa romántica donde confluye eso de Platón, porque es un símbolo, con el Pushkin de mi viejo. Una vez lo acompañé a mi viejo a dar una vuelta y pasamos por la calle que entonces se llamaba Parral y ahora es Honorio Pueyrredón, por la librería Anna. Entonces mi viejo me preguntó: “¿Querés un libro?”. Yo me quedé asombrado. Y le dije que sí, por supuesto. Y me compró Robinson Crusoe, de la editorial Sopena. Fue mi primer libro. Cuando terminé de leerlo, estaba maravillado. A los pocos días vino mi vieja y me trajo La cabaña del tío Tom. Cómo me emocionó ese libro, a tal punto que lo estaba leyendo y se me caían las lágrimas. Esos dos primeros libros marcaron un camino, pero representan cosas muy diferentes. Robinson Crusoe reconstruye toda la sociedad colonial inglesa con la razón; en cambio, el alegato contra la esclavitud en La cabaña del tío Tom es a partir del sentimiento, del corazón, de la denuncia de lo que es claramente injusto. Mirá todo lo que es la vida: las historias de los libros, las palabras que contienen los libros. Es un universo infinito, inagotable, como la epifanía en el cristianismo, es lo que asombra porque uno no lo imagina y de repente aparece. Eso es muy importante porque hace a una de las características de la poesía: la sensación de infinito. Cuando uno cree que llegó, recién está empezando a marchar.

–¿Cómo es eso?
–Por ejemplo, el poema de “La carretilla roja” de (William Carlos) Williams, que son cuatro o cinco versitos, donde pareciera que todo queda en suspenso: la carretilla roja, laqueada por la lluvia... qué hace esa carretilla roja, por qué esa carretilla roja en un mundo donde existen cosas importantísimas: monumentos, pirámides, casas de gobiernos, cuarteles, pentágonos. Y de repente, en medio de todo eso, se impone una carretilla roja. Contrariamente a lo que se piensa, esa infinitud de la poesía es a partir de la humildad, no de la prepotencia. Qué más humilde que una palabra, ¿no? Y sin embargo, una palabra te trastrueca. Por eso la poesía incita siempre a la rebelión. No hay poesía conformista. ¿Y quiénes son los sujetos de la rebelión? Los humildes. Podemos citar a Evita como al Evangelio, pero es lo mismo: son los de abajo los que pueden cambiar el mundo. Si no lo cambian ellos, nadie lo va a cambiar.

–En el prólogo de Como sólo la muerte es pasajera recuerda el momento en que Eduardo Romano lo animó a publicar su primer libro, Poemas de la mano mayor, en 1962. Semanas después de la aparición del libro, el Partido Comunista en el que militaba desde los 14 años lo acusa de “trotskista, maoísta y guerrillerista” y lo expulsa. ¿Cómo vivió ese momento?
–Se me vino el mundo abajo. Lo viví como una tragedia. Pero ahora pienso que me hicieron un gran favor porque fue como lo de (Enrique Santos) Discépolo: “Salgamos de payasos a vivir”. Me sentía a la intemperie, pero estaba en la vida real, con la gente de verdad. El que me ayudó infinitamente fue un gran poeta, Horacio Pilar, porque me fui a vivir a una casa colectiva, que estaba en San Juan y Bolívar. Yo estaba buscando vivienda, me quería mudar, y hablando con Horacio, que era muy peronista, me dijo que se desocupaba una habitación en la casa en la que él vivía. Y así fui a parar a esa casa colectiva. El me llevó de la mano y me mostró el peronismo. En ese tiempo también me llega lo del EGP (Ejército Guerrillero del Pueblo) y empieza lo que yo siempre llamé, “mi militancia en serio”. Era la poesía, era la militancia, era el enamorarse, el descubrir cosas. La poesía estuvo presente en todo momento. Nunca dejé de escribir y de hecho lo que más definió mi derrotero político fue un poemario, El che amor. Yo siempre sentí que más que la bibliografía, que los libros, que los documentos internos, para mí la poesía es lo que me llevó a una forma de lucha y a cierto espíritu de pelea.
“¡Che, nos merecemos otro mate!”, exclama Szpunberg y se levanta para poner la pava en la hornalla. “Un tema difícil para nosotros, con Eduardo Romano, era el final de un poema, cómo termina un poema. En esa época eran dificultades prácticas, concretas, que enfrentábamos porque un poema que era bárbaro al final se desinflaba por ridículo, por obvio, por una rima involuntaria. No sé ahora qué opinaría Eduardo, pero cuando leí lo de Valéry, ‘un poema no se termina, se lo abandona’, entendí cómo era la cosa. No porque yo lo supiese resolver, sino por el sentido de la dificultad con la que tropezábamos.”

–¿Cómo termina un poema?
–Cuando suena que terminó. Es una cuestión de oído interior. ¿Sabés que existe la voz interior? Hasta hay un diálogo en “Fedón o del alma”, de Platón, donde Sócrates habla de una voz que él asocia con la música porque considera que es el arte superior. El habla de que sentía una música interior que lo llevaba. Por supuesto, después eso queda relegado como una historia infantil, por lo menos en la versión que da Platón de Sócrates, que luego pasa al logos. Existe esa voz interior. Cuando no siento esa voz, no escribo. Por eso es un momento tan placentero corregir un poema, porque uno va afinando detalles. Uno afina un poquito el violín, después el contrabajo, el piano y en qué clave tocarlo: si en La mayor o en La menor. Eso es así, al menos en mi experiencia.

En El síndrome de Yessenin, uno de los cinco libros hasta ahora inéditos, aparecen globitos de historieta en los poemas. “Hay una voz que aprovecha el silencio de otra y se cuela porque todos tenemos cosas para decir y somos una multitud. Por eso puse los globitos”, explica. “Cuando empecé con notas al pie de página ya tuve mis quilombos. Pero lo reivindico en el prólogo de Traslados y digo que son como riachos que se desprenden. Vos tenés un río y de repente hay un arroyito que se va para la derecha y se interna en un bosque y volvés a encontrar al arroyito, regresando al río, más adelante.”

–Pero ese desprendimiento es parte del mismo poema, ¿no?
–Claro. Ahí está un problema filosófico, político, afectivo, en el sentido de quién se desprende de quién. Hay dos Jerusalén: está la de abajo y la de arriba, que es la celestial. ¿Quién alimenta a quién? ¿Quiénes hacen la historia: los de arriba o los abajo? Esa afirmación que Marx dijo sueltamente, que la historia la hacen los pueblos, es verdad. Lo que pasa es que los marxistas y los señoritos de izquierda no terminamos de aceptarlo, ¿no? Eso sumado a que los de abajo no tienen conciencia de que la única manera de salir adelante es dando vueltas todo. Lo que me gustaba era la sensación de vocerío, de tumulto, no de silencio zen, aunque es un silencio respetable. Pero sentí que había otras voces y por qué no darles cabida. Esas voces se impusieron.

–En uno de los poemas de El síndrome de Yessenin, en el poema “VII”, se lee: “La hache, muda de espanto, se unía a la ce/ para ser cuchillo, chillido, chance, noche,/ pero también era historia, albahaca, humanidad,/ y sólo por graves orrores de hortografía,/ también halma, hamor, haltura, haire, halcoba/ pero el poeta sabía que nada es al pie de la letra/ y que nunca jamás la letra con sangre entra”. Cómo no recordar su enfrentamiento con Lovechio.
–¡¡Tenés razón!! Me encanta que lo hayas visto porque confirma cosas en las que creo. La poesía es un estado de asamblea permanente. Lo de las faltas de ortografía no se me había ocurrido y ahora, cuando te vayas, me quedaré pensando, ¿qué diría el señor Lovechio, si viera el poema? (risas).

–¿Por qué inventó un “síndrome”?
–Tengo que patentarlo antes de que saques la nota (risas). Por ahí tiene que ver con la enfermedad, yo creo que ya estaba en el baile del linfoma. Pero lo viví desde otro lado. Todas las revoluciones que hicimos o las perdimos porque fuimos derrotados o las perdimos después de haber creído que triunfaríamos para siempre. Eso no es fácil de asimilar para mí y los de mi camada. Lo mismo les pasó a Maiacovski y a Yessenin: los dos se suicidaron. Yessenin venía de los narodniki –en ruso, “narod” es pueblo–, los populistas de bases campesinas. Después de la muerte de Lenin, Yessenin empieza a ver que las cosas no funcionaban como él imaginaba y se ahorca. Yessenin escribe algo que me parece terrible: “Al fin de cuentas, morir no es nada nuevo, aunque, claro, vivir lo es menos novedoso todavía”. Cuando uno se aproxima a ese estado de ánimo en que todo da igual, hay algo que está tocado gravemente. Eso que está tocado gravemente puede ser un linfoma, pero puede ser la derrota de una revolución que es más necesaria que nunca a nivel planetario. Yo nunca vi tan lejos la revolución como ahora. Y no te olvides que vengo de una camada que creía que la revolución estaba ahí nomás. A ese estado de ánimo le puse “el síndrome de Yessenin”.

–¿Es un estado de ánimo que parte del fracaso?
–Parte de la derrota, no del fracaso, que no es lo mismo. Yo no creo que fracasamos, fuimos derrotados. No creo que el Che fracasó, fue derrotado. También por ese estado de ánimo es que no lo publiqué antes. ¿Para qué? Veo que los poetas en nuestro país están como medio abombados. Los veo muy pendientes de publicar, de que los nombren. Y al fin y al cabo, ¿qué? No se sostiene existencialmente. Es un sentimiento de soledad también, independientemente de que hay gente macanuda. Yo siempre hablé de la asamblea permanente de poetas y nunca cuajó. Hoy o mañana, algún día será.



Entrevista de Silvina Friera, Página/12, Cultura, 25 de noviembre de 2013.-

martes, 19 de noviembre de 2013

Alberto Szpunberg, a la revolución por la poesía

Buriam gloui nievo kroi / virji shnieshni ekrutá... Mi padre marcaba el ritmo con la mano. Ahora sé que se trataba de eso: dejarse llevar por la poesía hacia no se sabe dónde. Aunque en casa nadie entendía nada, todos sabíamos que iba en serio. Tokakzvero nozavoi / toza platit kakditiá... aún lo escucho: mi padre con el índice en alto como apuntando al cielo. Es curioso, ciertas noches aún late en mis oídos el reloj de péndulo en la sala. En cambio, la manera de mi madre para confirmar la seriedad del momento era la risa. Nacida en un conventillo de la calle Añasco, ella sabía que un puñado de discos de pasta era el mayor de los tesoros. Chopin, Angelito Vargas, el jazán Pinchik y el Coro del Ejército Soviético nunca dejaron de sonar en mi vida... Pushkin, como pueden ver, tampoco.

–¡Qué risa! –contó una vez mi madre volviendo de un velorio– ¡Todos lloraban!

Y fue así que a los siete u ocho años, vaya a saber en el hueco de qué tarde, nacieron los poemas. Mi madre planchaba a un paso de donde yo contaba las sílabas con las manos bajo la mesa: “¿Tenés muchos deberes?”, me preguntaba. Mi “¡no!” era rotundo. Y no le mentía. En serio, no insistan: la poesía nada tiene que ver con los deberes. Ni siquiera con los deberes para ahora mismo.

Por todo eso, quedé como tocado cuando una tarde de 1962, en un bar cerca de Viamonte y San Martín, Eduardo Romano me animó: “¿Por qué no publicás un libro?”. “¿Un libro?”, se sorprendió a coro el Pueblo del Libro. Y así salió Poemas de la mano mayor, inesperado como un milagro. En la solapa, Eduardo, que ya había publicado y por eso estaba en condiciones de mandarse un prólogo –como yo en este preciso instante–, decía de mí: “El poeta no tiene ni un sombrero para decir adiós”.

Y no se equivocó: pocas semanas después, el Partido Comunista, a cuya Juventud pertenecía desde los catorce años, me acusó de “trotskista, maoísta y guerrillerista”. Ya totalmente a la intemperie, mi cabeza rodó a la altura del nudo en la garganta.

En mi segundo libro, Juego limpio, quise dejar las cosas en claro: en una página par puse “Los viejos stalinistas” y en la página enfrentada –nunca mejor dicho– “17 de Octubre”. Cesare Pavese me había revelado que todo poema, incluso el más hermético, es también, aunque uno no se lo proponga, la narración de una historia, de esas que se cuentan en un bar, en la mesa de la ventana.

Alguien, entonces, en uno de esos bares, me dijo al oído: “¡Ya!”. Era Marquitos Szlachter, del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), que subía al monte salteño. Yo debía esperar dos o tres meses para hacer lo mismo: “subir”. El 4 de marzo de 1964, el campamento de La Toma cayó en manos de la Gendarmería... Y Marquitos, muerto de hambre en pleno monte, se convirtió en “Marquitos”, un poema que inició un nuevo poemario, El che amor, y me llevó a la plenitud de la lucha, esa lucha que creí definitiva, final. Ya había leído a Roque Dalton: “Muchos llegan a la poesía por la revolución, y son malos poetas y no mejores militantes; otros llegan a la Revolución por la poesía”. Por boca de éstos, por su lengua, por entre los dientes, por entre la saliva y la sangre, habla un Yo siempre habitado por Otro. Es esa conexión directa con el infinito desde la sensualidad más terrenal y perentoria, desde la carne misma, como los místicos lo intentaron: Fray Luis, San Juan, Santa Teresa, el Baal Shemtov, el rabino de Kotzk, “cuyo recuerdo sea una bendición”.

–Gustad y ved –se extasía el salmo en medio de los Días Terribles.

Moneda de cambio de algún Comité Central, el “compromiso” –privilegio áulico de quienes estampan su firma al pie de la historia– nada tiene que ver con la entrega sin aviso de retorno. Qué fascinante fue para mí, ateo y religioso, descubrir el rumor del diálogo, un diálogo multitudinario, en ese monosílabo tajante, en ese “Ya” que me convocaba desde Orán.

En sus Comentarios sobre el Génesis, San Agustín se pregunta: “Y Dios dijo que haya luz. ¿En qué lengua resonaba esa voz cuando Dios dijo que la luz sea? Pues aún no había diversidad de lengua, la cual dio comienzo tras el Diluvio, al construirse la Torre [de Babel]... Esa voz no era pensamiento, hipótesis absurda, ni un sonido material, sino la voz misma de Dios”. Es decir, el poema, sí, en la piedra, en el pergamino, en el papel, en la pantalla, pero escrito o soñado o palpitado como si todo ocurriese unos pocos segundos –o milenios– antes de ser escrito o soñado o palpitado, la respiración como única sintaxis, la voz como decurso...

–Para qué el mensaje, si existe la palabra –se pregunta el poeta.

Publicado en 1965, El che amor, poemario que decidió mi vida, no pudo llamarse de otra manera. El 12 de marzo de ese año, el Che, que vía Masetti era quien nos convocaba a los montes de Orán, había escrito en la revista Marcha en carta a Carlos Quijano: “Déjeme decirle, aun a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor”. Y yo estaba profundamente enamorado.

En los años que siguieron, el EGP –a pesar de lo trágico de su deriva– devino en la Brigada Masetti. Luego sobrevinieron luchas y una durísima derrota, terrorismo de Estado, 30.000 compañeros asesinados, clandestinidad, tabicamientos, embutes, rastrillajes, documentos truchos, citas sin recambio posible y, un 9 de mayo de 1977, a media mañana, el exilio... Es decir, la geografía de la extrañeza: no el tranquilizador “Soy el que soy” de la Vulgata, sino el inquietante “Seré el que seré” testamentario.

Aquellos no fueron años de publicar sino de escribir, oficio que, sin remedio, sabe de por sí a desmesura. ¿Qué sino el silencio o apenas un rumor pleno de religiosidad es la consagración de la verdadera poesía? ¿A qué otro vértigo, si no, agradecer tanta vida por milagro? Y empecé a volver...

–Si te digo la verdad, te miento –se alza el poeta en estado de asamblea permanente.

Luces que a lo lejos fue un ajuste de cuentas con la nostalgia, y pretende demostrar científicamente que Gardel nos mintió: “Volver” es imposible; nunca se vuelve, y el parpadeo que se adivina es engañoso. Todavía no sé por qué siguieron los libros que siguieron, estos inéditos que hoy salen a la luz. Pese a tanto trajín, sigo sin saber por qué ese primer libro que me sorprendió sin sombrero se tituló Poemas de la mano mayor, y menos sé por qué ahora este nuevo libro –para colmo, libro de libros– se titula Como sólo la muerte es pasajera.

“Aun a riesgo de parecer ridículo”, déjenme decirles: un respeto... es un endecasílabo. Como ahora el mundo no está para contar sílabas con las manos debajo de la mesa, otra vez algo, alguien, un ritmo, una cadencia, un susurro, las modulaciones del jazán Pinchik, la inocencia de Angelito Vargas, esa voz del Génesis de la que hablaba San Agustín, me murmura al oído: “¡Ya!”

–Porque siempre es ya... –descubre el poeta.

¿Es el vaivén del péndulo en la sala? ¿La infinitud del desierto a la espera de que los últimos mastiquen arena? Acaso sólo es el latido de la sangre derramada, el balbuceo del cuerpo, la palabra a la hora de guardar silencio...

Como quien nace, la última trinchera es uno mismo.



En: Radar Libros, Página 12, domingo, 17 de noviembre de 2013. 

viernes, 15 de noviembre de 2013

Oda a Perón


ODA A PERÓN

Oligarca caballero prototipo de negrero,
que explotaste al obrero sin tenerle compasión,
ha sonado la campana anunciando el nuevo día
para el pueblo que veía en Perón su salvación.

Oligarca caballero que fumás cigarro habano,
que vivís en la abundancia porque sos explotador,
que jamás supo tu mano ni de pico ni de pala,
para vos de entrañas malas sólo queda la prisión.

Vendepatria que entregaste el transporte al extranjero,
que te nutres con dinero del sudor de los demás,
democrático exiliado sos allá en Montevideo
pero aquí te llaman reo por el código penal.

La Argentina tiene un líder, un patriota esclarecido
que gobierna para el pueblo y se llama Juan Perón,
que por ser hombre derecho con los hechos ha respondido
al llamado de la Patria para el bien de la Nación.

¡Viva Evita! gritan todas las mujeres argentinas.
¡Viva Evita eternamente nuestra jefa espiritual!,
que en la obra más humana, más cristiana, más divina,
ha luchado junto al líder por justicia y libertad.

Menos pobres, menos ricos, sin mezquinos sentimientos:
es el lema del gobierno hecho carne en la Nación
de este pueblo de argentinos de elevados pensamientos
que jugándose el destino da la vida por Perón.


“Oda a Perón”, grabada en 1947 e interpretada por Alberto Marino.
Música: Marino García. Letra: Autor desconocido.
"Oda a Perón" (CD II Marchas del Nacional Justicialismo, Cancionero fundamental período: 1952-1955). Melodía del vals "Mis harapos" cuya letra del escritor anarquista Alberto Ghiraldo, fue llevada al éxito entre 1947 y 1955 por el cantor mendocino Antonio Tormo. Grabada aquí por el cantor Alberto Marino con otra letra sobre los versos de "Mis harapos" con acompañamiento de guitarras. 

miércoles, 30 de octubre de 2013

30 años de democracia, ley de medios y Néstor Kirchner



LA RESISTIBLE ASCENSIÓN DE UN SUEÑO
(30 años de democracia, ley de medios y Néstor Kirchner)

Por Julián Axat

Nunca más oportuna la constitucionalidad de la ley de medios en un momento bisagra de la institucionalidad Argentina. Tres momentos: Se cumplen treinta años de democracia. Acaba de finalizar un período electoral que proyecta un mapa político. El recuerdo y el homenaje de Néstor Kirchner, a tres años de su fallecimiento. La constitucionalidad de la ley de medios irrumpe en escena en este contexto, insisto, bisagra.

Ayer, luego de leer una nota de opinión de Horacio Verbitsky, volví a leer la obra de teatro de Bertold Brecht, La resistible ascensión de Arturo Ui. Pensé entonces en la ley de medios y en la necesidad de la profundización del cambio iniciado en 2003, para los diez años que vienen. Pero también pensé en las formas que tienen los personajes más simples de ser inflados por un aparato gangsteril y corporativo para dar imagen y canalizar prejuicios sobre el suelo fértil en el que operan esas corporaciones que quieren una Argentina para pocos. Personajes que venden soluciones simplificadas a esos prejuicios de banalidad social fabricados por grupos concentrados, que cincelan el precipitado ascenso del personaje simple en poderoso político, encarnando la tracción-proyección de todos los odios y un poder para excepcionar las conquistas.

Ya ocurrió varias veces en la historia Argentina, pero esta vez participan formas de comunicación y aparatos del slogan que toman distancia de la base de sustentación política, para trasformarla en miedo, en temor, en seguro. El huevo de la serpiente nace desde adentro del propio proyecto político y se separa como antítesis en otro que no asimilamos y comienza su ascenso. Es la grieta que por errores y contradicciones propias permite colarse al proyecto negador, engendro no neutralizado a tiempo. La vigencia plena de ley de medios es el piso para fortalecer a la democracia conquistada en estos 30 años, a la larga coadyuva a neutralizar los factores de poder que permiten la ascensión de un Arturo Ui; aunque con la ley no baste; es necesario recrear el sueño y la transmisión.

Néstor dijo algunas cosas que “la astucia y la razón” de intelectuales de derecha perciben como “especulación”: “no vine para dejar mis convicciones en la puerta de la casa rosada” (un legado distinto para los que hacen de la política una forma de vida y dejan todo por la transformación, un compromiso ético que trasciende lo personal hasta incluso donar el cuerpo); “Vine a proponerles un sueño” (un legado de nuestros padres en la realización de un proyecto que entiende la política como sueño y profecía) “soy hijo de una generación diezmada, de las madres y las abuelas” (el problema generacional de los que se hacen cargo de una generación que fue golpeada, y la necesidad de transmitir un mensaje a la siguiente que la debe continuar-profundizar). Hablar un lenguaje que tome estas tres premisas históricas es el desafío (generacional) para hacer-construir una forma propia de emancipación política que incluya a los jóvenes y acerque el puente que –tarde o temprano- decidirá Cristina. Ojalá la astucia, el coraje y el compromiso con los más humildes, las conquistas de estos últimos diez años, sean la potencia que permita revertir la ascensión de un Arturo Ui.

Dejo el epílogo de Brecht: "Respetable público: aprendamos a ver, en vez de mirar como borregos. En vez de charlar, bla, bla, bla, bla, bla, debéis actuar. Lo que habéis visto estuvo a punto, de dominar el mundo aún no hace tantos años. Los pueblos terminaron por tener la razón, pero nadie puede cantar victoria antes de tiempo. ¡Todavía es fecundo el vientre que parió el suceso inmundo! Respetable público: aprendamos a ver, en lugar de mirar como el cordero que marcha al matadero."


viernes, 11 de octubre de 2013

Julián Axat, generaciones

KAMCHATKA

A Mariano Pacheco


La primera generación susurró al oído de la siguiente un mensaje

entonces la nueva llevó a cabo una revolución



La tercer generación recibió un mensaje de la anterior

e hizo de los restos de la revolución una cruel burocracia



La cuarta generación recibió el mensaje de rigor

y terminó guillotinando a la anterior burocracia



La quinta generación solo obtuvo silencio de la anterior

y quedó perdida buscando los restos más luminosos de la primera



Miembros de sexta generación recibieron un resto hallado por la anterior

y pintaron remeras con consignas derivadas del resto



La generación que siguió fue encerrada en una torre por la anterior

que la obligó a escribir la historia de todas las generaciones anteriores

para poder ser libre



Solo pidieron una cosa: “en la Historia


                                                 no podrás usar la palabra generación”

lunes, 16 de septiembre de 2013

Julián Axat, el Sciolismo en la poesía


EL SCIOLISMO EN LA POESÍA

Introducción y selección de textos
Julián Axat

        
El peronismo siempre se nutrió de poetas “depuestos” y “oficiales”. Los depuestos como Marechal o Urondo fueron los perseguidos por su filiación y por una forma de pensar la poética desde la vida y la militancia. Los poetas oficiales no suelen asumir semejante riesgo, su pluma se exhibe desde escritorios y oficinas; pero no por ello dejan de ser hacedores de versos cuyo origen pretende los mismos arcanos nacionales y populares. Alejandro Arlía (A.A.), es, al menos para mí, uno de los funcionarios más lúcidos del Sciolismo; actual Ministro de Infraestructura de la provincia de Buenos Aires, intenta una escritura poética con resabio pícaro y tono tanguero. 

No diré que se trata de versos con altura porque de hecho no lo son, pero al menos el tipo muestra un costado que pocos sciolistas se atreven, y que deberían envidiar.

Acá copiamos algunos de los versos que hallamos en su blog: 


SOPA DE LETRAS

Las letras están en la calle, en la soledad, en el vermouth que no tomamos…
Las letras se empujan unas a otras en busca de la palabra exacta.
Las letras buscan el límite para traspasarlo.
Las letras se incomodan premeditadamente.
Las letras y las palabras viven en estado de guerra
pero a veces alcanzan una tregua.
Las palabras son despiadadas,
salen a cazar letras para cumplir su objetivo.
A veces nobles, a veces perversas, las palabras responden incondicionalmente, a los objetivos de una matriz que no manejan.
Las oraciones sentencian. Ellas imponen el orden, la estética, el efecto, el resultado de tantos movimientos simultáneos.
Cuando las letras y las palabras son libres
se vuelven poesías y canciones,
huyen hacia la ficción, espantadas de tanta realidad.

A.A.

 
APOLOGÍA DEL PIROPO

Hoy me levanté pensando en piropos.

Se perdió en la mayoría de los casos, se deformó en otros, una “tradición” que formaba parte de la cultura de los Argentinos, y que a mi entender era muy linda, más allá de las controversias sobre los límites de los piropos y la reacción de las mujeres al recibirlos.

Me acuerdo del primer piropo que escuché, y que iba dirigido a “mi vieja”, que me llevaba de la mano por Caballito, cuando yo tenía 4 años.

Me dio tanta bronca, que me di vuelta inmediatamente para insultar al remitente, ante la risa de la destinataria, que todavía recuerda el episodio.

Puesto en la misma situación, hoy haría lo mismo (se trata de mi vieja, diría Pappo) pero reivindico el valor de un piropo lindo, y lamento no saber demasiados (tema que estudio en estos días) aún pese a no tener margen para utilizarlos (recuerden: casado, una hija, ministro).

Creo que es lindo decirle un piropo dulce, romántico, pícaro a una mujer.

Creo que en los barrios las rosas y los jazmines extienden su silueta perfumada cuando un caballero piropea a una dama.

Es así, al menos, detrás de esta coraza de Caballero Medieval que hoy luzco sin pudor alguno.

Incito a mis lectores y lectoras a enviarme piropos para mi conocimiento, y fines que estime corresponder.

A.A.


BIRTHDAY

Se acerca mi cumpleaños. Nuevamente.
Mis amigos y yo vamos a juntarnos en un rito que repetimos unas diez veces al año.
El vino va mejorando con el paso del tiempo, nuestros hígados no.
Hay chicos corriendo alrededor, y nuestras voces -cada vez más fuertes- repiten anécdotas viejas. Cada día nos divierten menos, pero la nostalgia las mantiene vivas, y nos reímos un ratito a cuenta del pasado.
Nuestra música es difusa. Ya miramos con otros ojos a los tangueros.
A nuestros ídolos les permitimos que envejezcan más rápido que nosotros: ellos nos guían en el camino. Por eso les perdonamos sus agachadas, porque al fin y al cabo son de los nuestros.
Ya somos los jóvenes de ayer. Nos vestimos con distintos tonos de grises.
Chin Chin amigos! Por ese vaso medio lleno que es la vida.
Por esa vida que llenamos todos los días, mientras se escurren los minutos, de casa al trabajo, y del trabajo a casa.
Salud y pesetas! Por muchos instantes de felicidad, que nos sirven para seguir pegando de a pedacitos un cuarto de libra de alegría.


VIVO

Vivo esquivando las trampas de otras gentes: de los que me precedieron en el campo de la hipocresía y los buenos modales. Vivo esquivando los corsets morales, los diplomas de corrección, dicho de otro modo, vivo esquivando ese personaje que habita en mí y que acapara la atención de los otros mortales, tan poco proclives al desplante como a  la alegría de un instante.
Tengo modelos que quiero y esquivo.


CUANDO YA NO ESTEMOS

Cuando ya no estemos
no voy a necesitar un nuevo cuerpo
voy a poder prescindir de todas las formas
felizmente, sin preámbulos.
Voy a ser un concepto
a perdurar sin tiempo
a desplazarme sin espacios.
Se activará mi memoria selectivamente
y los secretos serán a viva voz
y las mentiras, volátiles, innecesarias.
Cuando ya no estemos
libre de todo
al fin suelto
voy a saber de vos sin etiquetas
no va a quedar en pie un solo miedo
voy a ser yo finalmente
cuando ya no estemos.



A.A.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Héctor Gustavo De la Serna, el Juez y el poeta

A 33 AÑOS DE LA QUEMA DE LIBROS EN LA DICTADURA CÍVICO-MILITAR

Por Julián Axat

Cuando mis padres desaparecieron, el 12 de abril de 1977 mi abuelo paterno, Carlos Alberto Axat, un moderado abogado civilista, hizo su primer habeas corpus ante el juzgado federal electoral de la Provincia de Buenos Aires. El entonces juez, Teniente Coronel Dr. Héctor Gustavo de la Serna Quevedo, que lo recibió en su despacho, le preguntó qué estudiaba su hijo, a lo que mi abuelo le explicó Filosofía. La respuesta derivó en una arenga entusiasta del magistrado sobre los problemas épicos y filosóficos acerca del trigo y la cizaña. Mi abuelo, desesperado, que solo estaba ahí para pedir por el paradero de su hijo y su nuera, tuvo que soportar que el señor juez terminara con su clase pseudoerudita para implorar una respuesta efectiva. Cuando regresó al juzgado a los pocos días, encontró el rechazo del habeas corpus y las costas al vencido. Yo por entonces tenía pocos meses, la anécdota me la contó cuando ingresé a la facultad de derecho en 1994, en ella estaba contenido el punto de su frustración en el derecho y la justicia para un abogado con 70 años de profesión libre. Con la anécdota me decía: elegí bien, que no te pase lo que a mí. Mi abuelo murió en 1995.

Héctor Gustavo De la Serna Quevedo, nació en 1926 en Catamarca, hijo de un militar de alto rango y primo del “Che” de lado materno; huérfano desde los ocho años, hizo la carrera militar hasta que fue dado de baja por ser parte de la intentona de alzamientos anteriores a 1955. Recibido de abogado a los 40 años, fue designado por Onganía como interventor del Servicio Penitenciario, y más tarde por la dictadura cívico-militar como juez federal electoral de la provincia de Buenos Aires; cargo que ocupó hasta 1983.

De la Serna fue no solo conocido por ser el juez preferido de “Jimy” Smart dando cobertura judicial a secuestros y desapariciones, para luego rechazar habeas corpus y gozar de imponer costas a familiares de esos desaparecidos; sino que fue y sigue siendo conocido por uno de los hechos más graves contra la cultura de este país. A eso de las nueve y media de la mañana, el 7 de diciembre de 1978, los depósitos que el Centro Editor de América Latina en Avellaneda fueron allanados y clausurados bajo la acusación de infringir la ley 20.840. Por entonces, el valiente editor Boris Spivakow junto con su abogado se atrevieron a dirigirse hasta el despacho de De la Serna para evitar el atropello, pero allí atónitos recibieron una filípica sobre “filología de la disgregación social”, fundamento que se materializó en el decomiso del 30 de agosto de 1980, en un terreno baldío de Sarandí, donde un millón y medio de libros ardieron frente a la mirada del propio De la Serna.

La pieza judicial que ordena la quema ha sido rescatada hace pocos meses, gracias al trabajo de archivo del grupo La Grieta, encabezado esta vez por Gabriela Pesclevi. Como diría W. Benjamin, toda una pieza de civilización lo es también barbarie, y que, a su vez, expone la negación-destrucción cultural de la dictadura hacia determinados libros, entre los que figuraban Marx, Lenin, Mao, Sartre, Cortazar, García Márquez, pero especialmente libros infantiles como los de Elsa Bonerman, o María Elena Walsh. La investigación llevada a cabo por Pesclevi, me llevó a otros lugares interesantes. Si uno lo Googlea “Héctor Gustavo De La Serna”, lo primero que encuentra es el típico homenaje que el diario “El Día” hace a los personajes de su ciudad, en los que nunca se distingue al héroe del villano; de allí que el desapercibido fallecimiento de De La Serna ocurrido el 8/5/2012, tuvo un montaje-recordatorio donde aparece como “poeta, docente y filósofo”, y nada sobre su nefasto rol de juez.

Lo que a mí me despertó curiosidad del recordatorio del diario no fue el lavado de una historia, sino la introducción de la siguiente palabra: “Poeta”. ¿Cómo compatibilizar la quema de libros con la poesía? ¿Cuál es el lugar del juez verdugo y cuál el de la poesía frente al Mal? La poesía y el derecho son dos lugares que me obsesionan, y De la Serna no solo había rechazado el habeas corpus de mis padres, sino que además se decía abogado y poeta. Si la pieza judicial firmada por De la Serna, que ordenaba la quema de un millón y medio de libros, se trata de una pieza arqueológica que refleja todo el lugar de la barbarie cultural Argentina, entonces hallar el libro de poesía firmado por ese mismo autor, representa el fin de la palabra (poética), o el lugar donde la maldad y la ignorancia coincidían.


Como buen detective literario, salí en la búsqueda de la poesía de De La Serna. No figuraba en catálogos de Internet, recorrí librerías de viejo, consulté en bibliotecas de La Plata, hasta que di con un único ejemplar de “Poesía y Meditación”, Ediciones Almafuerte (1996). La tapa lleva una imagen de la bóveda de la catedral platense, por lo que ya se aprecia un tono cruzado y en la solapa la siguiente  caracterización: “… crítico preocupado por las ideas disolventes en que se ha encarnado la sociedad…”. La serie de versos son una lírica confesional trillada, halito meditabundo de burócrata jubilado que se paga una edición para despuntar culpas y rendir cuentas con los fantasmas que lo persiguen y ante los que se justifica. Basten este puñado de palabras que reflejan al resto: “¿Quién conociera el peso de la historia / y su incidencia en el vivir futuro? / con su irrumpir en varias direcciones / con tanto polvo sedimentando el alma, /con tanta pena crucificando al hombre /en inseguridad sin concesiones / ¡quien pudiera desentrañar la suerte del angustiado permanentemente! / un profundo arcano señorea el mundo / y el torrente de tiempo, vida y muerte / en medio de nuestro acaecer fecundo / se repite absurdo, obstinadamente… /escribir y borrar acto seguido / en el cuaderno de sufrir y el llanto /sin reparar en el que sufre tanto…”.


Alguna vez me detuve en la poesía del latinista Carlos A. Disandro, o me obsesiona dar algún día con el inhallable libro de poesía firmado por Eduardo E. Massera, en su juventud. El libro de poemas del ex juez De la Serna forma parte de estas inquietudes, y la paradoja consistía en rescatar del olvido, el libro de un quemador de libros. Quién quemaría estos libros, aun cuando estén manchados de sangre o lejos estén de la Poesía con mayúsculas. Cuando mi abuelo me contó la anécdota de su frustración ante el juez De la Serna, entonces yo decidí ser abogado, pero también elegí la Poesía.