jueves, 26 de mayo de 2011

LA NECESIDAD DE DECONSTRUIR A BEATRIZ SARLO

La emisión de hoy de 678(*) -que tuvo la presencia de Beatriz Sarlo como distintiva- fue un doble desafío a la inteligencia: en primer lugar, un desafío para el pensamiento de los espectadores que debíamos comprender que no estaba sentada en el panel una opositora que se define como “antikirchnerista” para luego recaer en la defensa de lo peor de la historia del país; sino que estaba sentada una mujer que sabe manejar el discurso, que sabe pararse en el rol de intelectual crítica, que sabe destruir mitos y que tiene una capacidad de observación que muchos vimos en sus libros y artículos periodísticos -en fin, eso monolítico que habla Sergio y que hacen de Sarlo un “ser” difícil de tratar. Por otro lado, fue un desafío para los panelistas e invitados habitués del programa, que debieron activar, ora su militancia periodística, ora su visión política de la coyuntura, pero sobre todo su defensa de los logros de la gestión del Gobierno.

Sin embargo, el fin del programa no tuvo cierre ni de debate intelectual (la honestidad de pregonar cosmovisiones ideológicas diferentes, la comprensión pero el no compartir ciertas interpretaciones, etc.), ni siquiera el cierre de debate político partidario (el grito ensordecedor, la obstinación necesaria para ser consecuente con sus proyectos etc.), tuvo el cierre de los forzados a terminar porque ya están cerrando el bar y la charla de café da para un ad infinitum de temas y cosas guardadas.

No obstante, pudo entreverse en vivo el método que utiliza Beatriz Sarlo en las situaciones más extremas en las que debe enfrentarse con todo un “pensamiento nacional y popular” que maneja un repertorio de conceptos -monopolio, Clarín, dictadura, DDHH, etc. etc.- , un repertorio de imágenes -las fotos familieras de 678, las ediciones repetitivas hasta el cansancio- y una agenda pública -la complicidad de la dictadura, el rol de los medios y las finanzas internacionales,, etc.-: vimos a una mujer persecuta -cuando se enojó con Barone, o con Mariotto, fueron perlitas- que constantemente estaba esquivando ese suelo común que plantea la línea editorial del programa, el repertorio de conceptos y las formas (repetitivas). Sarlo desde el vamos criticó (atacó) las “formas”, las materialidad misma por donde se mueve el contenido del programa. Pero lo más interesante de todo fue ver cómo Sarlo intentó defensivamente desplegar torpemente su mundo conceptual, su modo de criticar la agenda, su modo de ser intelectual esquivando los suelos comunes que podrían insertarla en un “proyecto común” o aun en un “consenso fundamental” con sus colegas o conciudadanos.

Sarlo se plantea ella misma como eje y límite. Su crítica se realiza desde el vacío, ya que su señalamiento de ciertas cuestiones a tener en cuenta- que pueden ser muy interesantes- parece no tener una última instancia de ser tributario a “una empresa”, “un monopolio”, o simplemente “la derecha”. Sarlo critica porque intelectualmente está habilitada para discutir, porque si no lo estuviera, ella simplemente sería una gorila o doña Rosa. Hay una institución y una historia cultural que permite que Sarlo tenga una visión tan sesgada como interesante.

Pero así como ella se plantea como eje y límite, hay una plena conciencia y una justificación teórica desde la ensayista acerca de su posición. Su propia corporeidad, su propia mirada soberbia hacia el panel hablaba de una mujer que sabe qué marco teórico justificaría la noción de “monopolio y poderes que cooptan” (dicho mas o menos por Forster) o “el sojuzgamiento de medios de comunicación” (dicho por Barone). Ella se defiende pero no se atrinchera del todo en esas instituciones que 678 -y el Gobierno- critican. En ese caso sería fácil correrla por izquierda o por el discurso nacional y popular. Es que eso le falta a Sarlo: le falta manejar todo el repertorio de la derecha, su mundo conceptual, su agenda para constituirse del todo en una Morales Solá o en un Nelson Castro.

Sin embargo…sin embargo, Sarlo es Sarlo y hay que tratarla como tal. Desde Barone, pasando por Sandra Russo hasta Forster, todos miraban con respeto y recato a la intelectual. Su ambivalencia y su poder discursivo la sitúan en un centro fugaz y deconstructivo que obliga a dejar un poco de lado la declaración repetitiva que defiende a CFK, y desviarse y naufragar en las palabras y declaraciones de la ensayista y ahí seleccionar qué puede ser inteligente o qué no en Sarlo. No subestimarla como podríamos subestimar a Nelson Castro o a Magdalena, pero tampoco bucear y quedar atrapado en su rizoma posmoderno que criticar fragmentos del kirchnerismo y nunca llegar a esa “ultima instancia fundamental” que es la magia y el proyecto kirchnerista.Y me atrevo a decir no sólo magia y proyecto, sino logros políticos y económicos que quedaron ya registrados en la historia

Y es que Sarlo no maneja esa filosofía “nacional y popular”, y ella puede citar a Baudrillard y a Deleuze y a Bourdieu, instrumentalizar bellamente sus conceptos como todo posmoderno , pero nunca haciéndose cargo del efecto discursivo de sus declaraciones. Pero claro, hacerse cargo de una declaración es pensar que el intelectual tiene una función política como decía Jean Paul Sartre, y la señora cree que el intelectual no debe hacerse cargo de esas cargas molestas que le endosa una época.

¿Qué defiende Sarlo? Si ella aclarara qué defiende sería más responsable con sus críticas… y sería menos Sarlo. La vemos ahí, sola, aislada, con su super ego y soberbia como apoyo y fundamento, con su responsabilidad de ser una intelectual “en el borde de todo”. Sarlo no necesita de mitos como los de Kirchner y el Eternauta, ella sabe qué teoría puede deconstruirlos, ella sabe qué funcionamiento maligno y sospechoso subyace en esas construcciones políticas calculadas.

Mientras tanto, la individualidad y mirada exclusiva de ella y nada más que de ella no molesta a su patrón, que le paga el sueldo, mientras no use su poder intelectual para destruir esos otros mitos que , esos sí, se han llevado mucha plata y vidas.

Sin embargo…sin embargo, y por último, Sarlo es tan indispensable para reafirmar la potencia del pensamiento de los de 678, y tan indispensable para ver cómo un intelectual que no comulga con la idea de “época”, de “monopolio”, de todo eso; y tampoco con la idea de “la gente”, de” dictadura K”, de” hegemonía K”, termina aislada y con su ego a cuestas, en el desierto de los discursos fragmentados.

* Se refiere a el programa emitido el 24 de mayo.


Por Jacobino en ARTEPOLÍTICA

http://artepolitica.com/articulos/la-necesidad-de-deconstruir-a-beatriz-sarlo/

miércoles, 18 de mayo de 2011

Zar lo


Verlo todo
no es saberlo todo,
las cúpulas doradas,
fulgor en retirada,
verbo todo,
lo que calla la nieve
compactada,
detalle fondo topo, tordo
figura, intersección de signos,
tiempo acumulado: ¿sarro
o dinero?,
máquina del discurrir compactadora
analizar organizar y sentenciar,
éxtasis del palimpsesto,
regocijo del quiebre,
rizoma enloquecido,
desborda y urde los hechos
sobre una trama amarga,
cáustica soda
regada sobre todo,
en la cierta mirada
le regard trouve,
atascada en el barro
de infinitos sucesos,
asados, aplastados.

Pasado el presente
pesado el ente
el ser acontecer,
el mundo gira
hacia ningún lugar
reconocible,
desde el trono
de ajado palacio de años
las señales enloquecieron
por herrumbre y abandono,
la batalla es otra y es ajena,
no hay tacha imperial
no hay Zar lo
que lo
paren lo nuevo,
la batalla es otra y es ajena.

Carlos Aprea

viernes, 13 de mayo de 2011

Adelina




Hay Madres de todos los tipos, todas perdieron a sus hijos, todas llevan el dolor a cuestas, pero Adelina Dematti de Alaye pese a todo, es tan especial, estas fotos que adjunto muestran su fuerza, la plenitud de su rostro, la capacidad de transmitir a las nuevas generaciones alegría militante, ya sin su pañuelo, deambulando por el Colegio Nacional de La Plata, rodeada de alumnos de 2º año, se le acercan asombrados, y ella, con sus dedos en alto les marca el camino: “…hay que seguir compañeros, hasta la victoria siempre...”. Julián Axat





Rodolfo Jorge Axat y El hombre en frack


EL HOMBRE EN FRACK

Dormida está en la calle,
La noche es muda y fría,
No deja en su agonía
Ni un rumor en la ciudad.
Envuelto con las sombras,
Camina entre la noche
Un desmayado coche
Sin saber a donde va...
Bajo un farol mezquino
Se para y tambalea
Frente al ya desierto
Un austero y viejo frack
Lleva un tubo por sombrero,
Dos diamantes por gemelos,
Un bastón entre los dedos
Y al ojal una gardenia,
Su corbata pajaril
Tiene un color
Evocador del año mil.
Se avecina lentamente
Y su paso es elegante,
Melancólico y ausente,
Y del mundo está distante,
Sin saber de dónde viene
Ni a dónde va.
¿De quién será el viejo frack?
Bonne nuit, bonne nuit,
Adiós, buona notte...!
Va diciendo a cada cosa,
A un farol iluminado
Y a un gato enamorado
Que asustado escapará.
Se despide muy severo
Del caballo y del cochero
El cumplido caballero
Con su austero y viejo frack...








“Con el tiempo fui encontrándome con sobrevivientes que me contaron que los vieron dentro del Centro Clandestino conocido como ‘La Cacha’, que funcionaba en la cárcel de Olmos. Me dijeron que mi papá ayudaba, conversaba bajito, daba fuerza. Alguien me contó alguna vez que mi papá animaba a los compañeros tabicados, que les pedía que tararearan con él una canción. Según me contaron, muchos de los que estaban secuestrados junto con él lo seguían y cantaban. A veces fuerte, a veces bajito. Esa canción era de un famoso cantautor italiano de los ‘60: Doménico Modugno. Es una canción de despedida: El título: ‘El hombre en frack’”, dijo Julián. Y agregó: “El último sobreviviente que los vio a mi mamá y a mi papá fue en julio de 1977”.“Me gustaría terminar este encuentro con esa canción porque esa es la manera que encontré para recordarlo. Por suerte la canción no es un golpe bajo. No se asusten, es medio bizarra, pero vale”, dijo Julián, con una sonrisa.



Rodolfo Jorge Axat

Julián Axat fue al Colegio Nacional de La Plata para participar de la presentación de un libro sobre deportistas desaparecidos. Fue porque su papá fue jugador de rugby y está desaparecido. Julián es un hijo de desaparecidos. Aquel día, hace poco más de un mes, el 22 de marzo, en la presentación de Deporte y Dictadura, de Gustavo Veiga, Julián hablaba con la rectora del colegio, María José Arias Mercader, sobre su papá, un ex alumno secuestrado y desaparecido por la última dictadura cívico militar. Así fue, contó, que surgió la idea de bautizar una de las aulas del segundo piso, en el sector de Lengua y Literatura, con el nombre de su papá: Rodolfo Jorge Axat.El acto fue ayer al mediodía en el marco de una política del colegio por mantener viva la memoria, la verdad y la justicia, que aborda críticamente la dictadura, sus causas y consecuencias, y que incluye bautizar las aulas con los nombres de los ex alumnos desaparecidos.Julián aprovechó para contar la historia de su papá, un joven hombre al que un grupo de tareas secuestró el 12 de abril de 1977, cuando tenía 30 años. “Yo hoy tengo 34 años, 4 más que él”, dijo. Y, en la primera línea nomás, se salió del libreto que se había armado para decir una de las cosas que más impactaría entre los alumnos: “mi papá es más chico que yo. Siempre tiene 30 años”.“No conocí a mi papá porque desapareció cuando yo tenía 7 meses”, dijo Julián, y contó que Rodolfo Jorge Axat cursó sus estudios en la escuela Anexa y en el Colegio Nacional entre 1959 a 1964, fue Jugador de Rugby de La Plata RC hasta los 18 años, hizo la colimba –Servicio Militar Obligatorio– en 1965 y estudió medicina y filosofía, pese a la preocupación de su papá, el abuelo de Julián, al que le parecía muy complicado que siguiera dos carreras.Dijo Julián que su papá conoció a su mamá, Ana Inés Della Croce, también desaparecida, en 1972, cuando tenían 25 y 21 años, y juntos incursionaron en el Movimiento Humanista y eran seguidores de su fundador, Silo, quien daba conferencias sobre “la no violencia” a los pies de la cordillera de los Andes, en Mendoza; hicieron retiros en el Valle del Yala, en Jujuy, y ascensos a la montaña del Chañie; hasta que en 1973 leyeron a John William Cooke y se convencieron: “la lucha de clases y la revolución socialista no era posible sin Perón”, decía Cooke, recordó Julián.El papá y la mamá de Julián, que todavía no había nacido, se metieron en la Juventud Universitaria Peronista (JUP) y empezaron a hacer militancia barrial, pasaron a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y de ahí a Montoneros. “Estoy hablando de 1974”, dijo Julián al auditorio. Y contó cómo el día del regreso definitivo a la Argentina de Juan Domingo Perón, luego de casi 18 años de exilio, el 20 de junio de 1973, su papá fue herido en una pierna por un disparo de los activistas que estaban en el palco –militantes de la derecha peronista–, lo que lo marcaría en su militancia.Sin eufemismos, Julián contó que su papá era un soldado que que realizó tareas de inteligencia y logística, que se casó con su mamá en 1974 y que vivieron en la clandestinidad en un edificio de 36 entre 10 y 11 hasta finales de 1975, cuando discutió la política militarista de Montoneros con sus superiores, fue juzgado y degradado por tener “desvíos pequeñoburgueses” y condenado a salir de la clandestinidad y entrar como obrero al Frigorífico Swift, en Berisso, donde debía hacer tareas de agitación y propaganda. “En agosto de 1976 nazco yo”, dijo Julián.Rodolfo y Ana alquilaron una casa en Ringuelet, donde vivieron hasta el 12 de abril de 1977. En el frigorífico, que estaba intervenido por los militares, había inspecciones y delaciones. Varios trabajadores habían sido desaparecidos. Su papá sería uno de ellos. “Alguien lo canta”, contó Julián.
Un día antes de secuestrar a la pareja, un grupo paramilitar se presentó en la inmobiliaria en la que habían alquilado su casa y pidió información sobre Rodolfo Jorge Axat. El dueño accedió, pero cuando los militares se fueron llamó por teléfono al abuelo de Julián, para advertirle sobre lo que había ocurrido. Esa noche, Rodolfo y Ana decidieron resguardarse en la casa de los padres de ella. Después de dar vuelta de arriba abajo la casa de Ringuelet, a las 3 de la madrugada, del día 12 de abril de 1977, los asesinos tocaron el timbre de la casa de los abuelos de Julián y se llevaron a sus padres.“Con el tiempo fui encontrándome con sobrevivientes que me contaron que los vieron dentro del Centro Clandestino conocido como ‘La Cacha’, que funcionaba en la cárcel de Olmos. Me dijeron que mi papá ayudaba, conversaba bajito, daba fuerza. Alguien me contó alguna vez que mi papá animaba a los compañeros tabicados, que les pedía que tararearan con él una canción. Según me contaron, muchos de los que estaban secuestrados junto con él lo seguían y cantaban. A veces fuerte, a veces bajito. Esa canción era de un famoso cantautor italiano de los ‘60: Doménico Modugno. Es una canción de despedida: El título: ‘El hombre en frack’”, dijo Julián. Y agregó: “El último sobreviviente que los vio a mi mamá y a mi papá fue en julio de 1977”.“Me gustaría terminar este encuentro con esa canción porque esa es la manera que encontré para recordarlo. Por suerte la canción no es un golpe bajo. No se asusten, es medio bizarra, pero vale”, dijo Julián, con una sonrisa.Arias Mercader les recordó a los alumnos que aquellos jóvenes como el papá de Julián tuvieron una existencia real, que quisieron hacer una patria mejor para todos y aseguró que hoy está trabajando para que aquellos sueños se cumplan. Entonces, agradeció el relato y dio paso a la música, que los chicos recibieron con aplausos, aunque a algunos les dio vergüenza y se retiraron más rápido del salón de actos.“El tipo cantaba para poner algo de felicidad al campo de concentración. Por eso aplaudimos”, explicaba a sus amigas una alumna de cuarto año.

En diario Diagonales de La Plata de hoy.

lunes, 9 de mayo de 2011

Norberto Galasso y Evita

ESA MUJER



El 7 de mayo de 1919 nació en Los Toldos, provincia de Buenos Aires, una niña que llamaron Eva María Ibarguren, denominación que ha suscitado el comentario maligno de una escritora por anteponer el nombre de una pecadora al nombre de la virgen. Era la quinta hija de doña Juana Ibarguren y su concubino, Juan Duarte (padre). Familiarmente, la apodarían Chola y pasaría a la posteridad como una de las mujeres más importantes del mundo durante el siglo XX con el nombre de Eva Perón, aunque en el rincón más cálido de las emociones populares en la Argentina sería, como ella quiso, simplemente Evita.
Desde su nacimiento, cargaba esta criatura con tres humillaciones: ser hija extramatrimonial, no reconocida por su padre (que, en cambio, había reconocido a sus cuatro hermanos), ser mujer, grave delito para aquella sociedad machista para la cual sólo debería servir para la cocina y la cama, y ser pobre, receptora, un 6 de enero, cuando tenía 7 años, de una muñeca con una pierna rota que era lo único que habían podido regalarle unos Reyes Magos demasiado menesterosos.
Probablemente de estas humillaciones brotó su rebeldía y su confraternidad con todos los desamparados de su tierra, marginados de las instituciones, expoliados por los poderosos, víctimas también de la discriminación por género.


Trasladada con su familia a Junín, a los once años, se ahoga en el ámbito aletargado de la ciudad pueblerina, abrumado de prejuicios y rutinas, con la misa dominguera y la caminata alrededor de la plaza en los atardeceres. Allí recita en el escenario de la escuela para las fiestas patrias mientras remonta sueños, proyectos, triunfos en el mundo del espectáculo, hasta que a los quince años se lanza a la aventura de la Buenos Aires pletórica de músicas y luces de neón donde –está segura– habrá de alcanzar el éxito y dejará de ser la Chola para ser Eva Duarte en las carteleras de teatros y cinematógrafos.
Llegan entonces los años difíciles para abrirse camino en el campo minado de los productores, directores, representantes artísticos y periodistas, hasta llegar a la tapa consagratoria de la revista Antena (1939). Según algunos comentaristas, “mala en la cinematografía, era mediocre en el teatro y alcanzaba lo mejor de sí misma en la radiofonía”. Pero, a través de esas diversas vicisitudes mantiene una consecuencia: “Tengo en el corazón un sentimiento fundamental: mi indignación contra la injusticia”.


En 1943, antes de conocer a Juan Domingo Perón, ya interviene en la creación de un gremio: la Asociación Radial Argentina, de la cual es presidenta poco después. (Este suceso será sugestivamente olvidado en la lucha política pues le imputarán a Perón hacer pareja con una actriz –o cosas peores–, en vez de admitir que se une sentimentalmente con una gremialista.)
Como es sabido, un día de enero de 1944, en el festival del Luna Park para recaudar fondos para las víctimas del terremoto de San Juan, lo conoce al Coronel y esto marca un hito fundamental en su vida. Su rebeldía, su indignación contra la injusticia, inclusive su difusa vocación por una sociedad igualitaria aprendida de un novio anarquista de adolescencia, encuentra ahora cauce escuchando los proyectos que él le confía en una Munich de la Costanera, con el río por telón de fondo. No participa en el 17 de octubre –como pretende un mito innecesario– pero crece con el movimiento popular hasta hacerse símbolo de los descamisados y de los derechos femeninos. En esa época, goza los mejores días de su vida en la quinta de San Vicente, de enamoramiento y admiración por el líder que está emergiendo y el movimiento nacional en marcha.
En él ocupa inicialmente el lugar de “La primera Dama” vengándose, con los mejores vestidos, de las señoronas de la clase alta en las noches de gala del Teatro Colón. Pero a partir de 1946 se convierte en algo así como un ministro de Trabajo paralelo respecto del secretario de Trabajo y Previsión José María Freire, recibiendo los reclamos, anhelos y sugerencias de los trabajadores, que transmite al Presidente. Armando Cabo, uno de los principales dirigentes gremiales de la época, dirá que su labor fue fundamental “como puente entre Perón y la clase trabajadora”. En el armado policlasista del frente de liberación nacional, el General necesitaba un contacto directo con “la columna vertebral” –los sindicatos– y esa tarea la realizó ella, que ya empezó a ser “Evita” y dejó los vestidos lujosos por el traje sastre y el peinado con rodete. Después, vino su viaje a Europa y al regresar, la puesta en marcha de la Fundación, duplicando así la tarea social de apoyo al movimiento.


Allí entregó su vida. “No era beneficencia –recordaba su confesor, el padre Hernán Benítez–. Le llevaba remedios a un enfermo pero además lo besaba sin importarle sus llagas. Yo, pastor de Cristo, daba un paso atrás para no contagiarme y ella me reprendía: –No venimos a traer remedios, padre. Venimos a dar solidaridad, afecto, al compañero que sufre… Un día –recuerda Benítez– íbamos en el auto a la residencia cuando ella advirtió que en la puerta de un Banco una anciana lloraba. Hizo detener el auto y cuando se enteró que no le habían pagado la jubilación por una cuestión burocrática, entró con ella al Banco –y yo detrás, porque iba sin custodia– y dijo bien fuerte, en el medio del salón: ¿Quién fue el hijo de puta que le dijo a esta señora que viniera otro día? Esa era Evita”. (Así, los gobiernos populares “violan las instituciones liberales” con escándalo de los gorilas.)


En esa tarea entregó su vida, cuando el cáncer comenzó a roerla impiadosamente. Era preciso estarse hasta la madrugada para contestar las cartas porque ningún argentino debía ser defraudado por una falta de respuesta, superando la endeblez de los 38 kilos. El pueblo entendió ese amor desenfrenado. La oligarquía también y por eso la odió: “Viva el cáncer” escribieron en las paredes. Ella, consumida por la enfermedad, dijo sus últimas palabras: “Gracias, Juan”. Los evitistas de última hora jamás podrán comprenderlo, ese “evitismo anti Perón” que, como dijo alguien, “es la etapa superior del gorilismo”. Luego vino la contrarrevolución y secuestraron su cadáver. Al devolverlo, dieciséis años después, en 1971, en Puerta de Hierro, abrieron el féretro y resultó evidente que la habían golpeado hasta quebrarle la nariz y hacerle un tajo profundo en el cuello. Tal era el odio, a niveles tan altos como, por contrapartida, la veneración de su pueblo. Perón sólo dijo la palabra que correspondía a ese furioso ensañamiento clasista: ¡Miserables!

viernes, 6 de mayo de 2011

Demetrio Iramain, Sabato o la curiosa civilidad de un “demócrata”





Relativizar la anuencia del escritor para con el régimen apelando al ‘contexto general’ o al ‘pensamiento medio de los argentinos’ diluiría al mismo tiempo el claro ejemplo de valientes intelectuales contemporáneos de Sabato, como Roberto Santoro o Paco Urondo.

La muerte en Occidente, también la de Ernesto Sabato, suele situarnos ante conflictos de índole moral. Entre otros, el siguiente: ¿es legítimo objetar las conductas de quien ya no puede defenderse? Quizá el contexto o la espesura de lo que se reproche resuelvan ese dilema. Tratándose del accionar público de Sabato durante el mayor genocidio que haya padecido nuestra historia social, modestamente entiendo que el uso del arma de la crítica está plenamente justificado.


Si a los “librepensadores”, privilegiada condición social a la que sólo pueden acceder intelectuales no orgánicos de la causa popular, se les permiten ciertas jactancias ataviadas de “licencias poéticas”, ¿por qué no puede cuestionarse la actuación civil de un escritor? La individualidad de nuestros pensamientos, así fueran geniales, no va a preservarnos de la Historia. “Sólo la construcción colectiva nos reivindicará” frente a ella, como rezongó Néstor Kirchner a José Pablo Feinmann. Para lo otro están los circuitos académicos, los suplementos culturales y los premios literarios, como el Cervantes, que Sabato supo cosechar en vida. Para el surrealista Paul Eluard, “el espíritu sólo triunfará en sus manifestaciones más peligrosas. Ninguna audacia intelectual puede conducir a la muerte.” Menos aún la vacilación.
Por cierto, no sólo el almuerzo con Videla –que también compartió Borges– escandaliza en este escritor. Sabato fue funcionario de Aramburu; apoyó el golpe de Onganía; festejó con énfasis y declaraciones públicas los mismos goles que gritó la Junta Militar en el Mundial ’78; ya en plena carnicería genocida, confundió imperdonablemente el objeto de su furia contra los totalitarismos, escribiendo lo que sigue para una publicación alemana: “A Perón le faltaba toda grandeza; fue un siniestro demagogo, que se rodeaba de criaturas corruptas y serviles y que perseguía a todos los que no pensaban como él con cárceles, torturas y asesinatos.” Todo esto sin contar el patrioterismo que le subió como un sarampión cuando J&B Galtieri invadió las Islas Malvinas, ni mensurar que en 1984, ya durante los tiempos de la legalidad republicana, Sabato todavía defendía públicamente al nuncio apostólico monseñor Pío Laghi, amigote de Massera y confidente de torturadores.
Relativizar la anuencia del escritor para con el régimen apelando al “contexto general” o al “pensamiento medio de los argentinos” diluiría al mismo tiempo el claro ejemplo de valientes intelectuales contemporáneos de Sabato, como Roberto Santoro o Paco Urondo. Para que se entienda: si hablamos bien de Rodolfo Walsh, ¿podemos no hablar mal de Sabato? Ellos sí fueron comprometidos, no sólo con su tiempo histórico (al fin y al cabo Ernesto dio cuenta de él almorzando con Videla y reclamándole por los derechos de autor de los escritores), sino con el destino de su pueblo, que es más determinante. Ni siquiera la muerte hace que todo dé lo mismo.
Lo grave no fue, pues, sólo la comilona con el dictador, sino lo que Sabato dijo a su salida, tras haber callado ante el general el secuestro de Haroldo Conti, a pesar del encargo previo formulado expresamente por los grupos que denunciaban la represión del régimen. “Videla me dio una excelente impresión. Se trata de un hombre culto, modesto e inteligente. Me impresionó la amplitud de criterio y la cultura del presidente”, comentó el escritor tras el tentempié. Sus dichos fueron reproducidos ampliamente por la prensa cómplice. Fotocopias de esos artículos de diario fueron repartidos por las embajadas argentinas en las naciones de Europa donde la colonia exiliar de nuestro país, cuyos miembros eran tratados de “anti nacionales”, buscaba llamar la atención sobre los crímenes. Para entonces, en la Argentina ya habían sido secuestrados decenas de intelectuales, sin contar los trabajadores.


Todas estas evidencias están expuestas con sobrado rigor documental en una célebre polémica que Osvaldo Bayer y el mismo Sabato mantuvieron en el Periódico Madres de Plaza de Mayo, en marzo de 1985. Aquel debate ya forma parte de nuestra cultura post dictatorial, y aunque se quiera impedirlo, es continuado ahora por las nuevas generaciones, que asisten a él sin cola de paja ni deuda alguna con el pasado, porque comprende eso tan vivo y palpitante que todos juntos componemos, incluso sin tener cabal conciencia a veces de ello: la Historia de los pueblos. No de la literatura. Si no, ¿cómo se explica la inmediata operación cultural de los medios hegemónicos tras la muerte del escritor? Grondona y Kovadloff llorando como viudas, ¿qué quiere decir? Strassera y Fernández Meijide convocados de urgencia por Magnetto, que hizo de la muerte de Sabato el primer acto de campaña de su nueva esperanza electoral, Ricardo Alfonsín, cuyo apellido siempre estará ligado a la democracia domesticada que ansían nuestras élites culturales y económicas, tan distante de la que estamos construyendo, ¿cómo se neutraliza?
La derecha en sus múltiples variantes y discursos siempre aspirará a frustrar el proceso de reapropiación crítica sobre nuestra historia de dos siglos de derrotero, incluida la política de impunidad –disfrazada de “ejemplificadora justicia”– del primer alfonsinismo, de la que Sabato fue su más emblemático intelectual orgánico.
Y sí, en 1984 el escritor se convirtió en el pensador a medida de aquel radicalismo en ascenso. Su eterna desesperanza y sus cuestionamientos a “las bandas terroristas que sin dudas han sido puestas en gran parte bajo control” por la Junta Militar, lo convirtieron en el modelo perfecto de intelectual de la “democracia” reconquistada, institucionalidad que nunca honró la palabra que la nombraba sino hasta muy entrado el año 2003, y cosechó entonces su gran premio cívico: redactar el prólogo del informe Nunca Más, confeccionado por la comisión de “notables” que él presidió (la CONADEP), y en el que Sabato plasmó en pocos párrafos esa criatura que dio en llamarse “teoría de los dos demonios”.
Esa infame versión radical sobre el terrorismo estatal no fue, en verdad, fruto del pesimismo literario de Sabato. Ya en las primeras medidas del gobierno de Alfonsín estaba expresada. Bien lo dice Ulises Gorini en su libro de investigación sobre la Historia de las Madres de Plaza de Mayo: “La secuencia numérica de los decretos que ordenaban el enjuiciamiento de las cúpulas guerrilleras y militares –el 157 y el 158, respectivamente– llevaba la marca poco sutil de una periodización de la historia funcional al mito de los ‘dos demonios’, según la cual la acción guerrillera había precedido a la represión militar, a la vez que la última había sido una respuesta a la primera.”
En una carta que Sabato recibiera del Che alguna vez, Guevara ennobleció al escritor, sólo que hacia adelante. “Sé que ese día su arma de intelectual honrado disparará hacia donde está el enemigo, nuestro enemigo, y podremos tenerlo allá, presente y luchando junto a nosotros”, le dijo en el tramo final de la misiva, escrita en 1960. Sus juicios pesan todavía.
Es la Historia, que “se cuenta sola; sólo hay que saber leerla”, la que revirtió aquel fallido pronóstico del legendario comandante revolucionario.


Por Demetrio Iramain, director de la revista Sueños Compartidos

de Asociación Madres de Plaza de Mayo.



En diario Tiempo Argentino de hoy.